"Yo Soy" Dios ― La Realidad Última
por Michael JamesExtracto (3) de la introducción a: la felicidad y el arte de ser
Las gentes que practican la devoción dualista, creen que la forma más alta de devoción a Dios ―la forma más pura de amor― es entregarnos completamente a él. Para entregarse a él, ellos tratan de negarse a sí mismos abandonando su apego a todo lo que consideran como "mío", y en particular renunciando a su propia voluntad individual. Así pues, la plegaria última de todo devoto verdadero es, "Hágase tu voluntad ―no mi voluntad, sino solo la tuya".
Sin embargo, mientras la mente exista, inevitablemente tendrá una voluntad suya propia. El deseo y el apego son inherentes a la mente, el material mismo del cual ella está hecha. Por lo tanto, mientras nos sintamos como un "yo" individual, tendremos también una voluntad individual, y sentiremos un sentido de apego a "mío". La única manera en que podemos entregar nuestra voluntad y abandonar todos los apegos, es entregando la mente que tiene una voluntad individual y siente apego al cuerpo y a otras posesiones.
Tratar de entregar nuestra voluntad individual y el sentido de "mío" ―los deseos y apegos― sin entregar efectivamente la individualidad, el ego o sentido de ser un "yo" separado, es como cortar las hojas y las ramas de un árbol sin cortar su raíz. Hasta que y a no ser que cortemos la raíz, las ramas y hojas continuarán brotando una y otra vez. Similarmente, hasta que y a no ser que entreguemos el ego, la raíz de todos los deseos y apegos, todos nuestros esfuerzos por abandonar los deseos y apegos fracasarán, debido a que continuarán brotando una y otra vez en una forma sutil u otra. Por lo tanto la auto-entrega solo puede ser completa y final cuando el sí mismo individual, la consciencia limitada que llamamos "mente" o "ego", es entregada completamente.
Mientras sintamos que existimos como un individuo que está separado de Dios, no nos hemos entregado completamente a él. Aunque en verdad somos solo la consciencia pura, ilimitada y no-personal "yo soy", que es el espíritu o forma verdadera de Dios, sentimos que estamos separados de él debido a que nos tomamos erróneamente por una consciencia individual limitada que se ha identificado con un cuerpo particular.
Esta consciencia individual ―nuestra sensación "yo soy una persona, un individuo separado, una mente o alma confinada dentro de los límites de un cuerpo"― es meramente una imaginación, una forma falsa y distorsionada de la consciencia pura "yo soy", pero, sin embargo, es la causa raíz de todo deseo y toda miseria. A no ser que abandonemos esta consciencia individual, esta noción falsa de que estamos separados de Dios, nunca podremos ser libres del deseo, ni de la miseria, que es la consecuencia inevitable del deseo.
Por consiguiente, la verdadera auto-entrega no es sino abandonar la noción falsa de que estamos separados de Dios. Para abandonar esta noción falsa, debemos saber quién somos realmente. Y para saber quién somos realmente, debemos prestar atención a la consciencia que sentimos ser "yo".
Aunque la consciencia que ahora sentimos ser "yo" es solo una consciencia falsa, una forma limitada y distorsionada de la consciencia real que es Dios, al prestarle atención agudamente podemos conocer la consciencia real que le subyace. Es decir, prestar atención agudamente a esta forma de consciencia falsa es similar a mirar de cerca una serpiente que imaginamos que vemos yaciendo en el suelo, bajo la débil luz del crepúsculo. Cuando miramos de cerca la serpiente, descubrimos que de hecho no es nada sino una cuerda. Similarmente, si prestamos atención agudamente a la consciencia individual limitada y distorsionada que ahora sentimos ser "yo", descubriremos que de hecho no es nada sino la consciencia real e ilimitada "yo soy", que es Dios. Lo mismo que la apariencia ilusoria de la serpiente se disuelve y desaparece tan pronto como vemos la cuerda, así también la sensación ilusoria de que somos una consciencia individual separada confinada dentro de los límites de un cuerpo, se disolverá y desaparecerá tan pronto como experimentemos la pura consciencia no-dual, que es la realidad tanto de nosotros como de Dios.
Así pues, solo podemos obtener la auto-entrega completa y perfecta sabiéndonos ser la consciencia real que es exenta de toda dualidad y separatividad. Sin conocer nuestro sí mismo verdadero, no podemos entregar el sí mismo falso, y sin entregar el sí mismo falso, no podemos conocer nuestro sí mismo verdadero. La auto-entrega y el auto-conocimiento son así inseparables, como las dos caras de una hoja de papel. De hecho, los términos "auto-entrega" y "auto-conocimiento" son solo dos maneras de describir uno y el mismo estado ―el estado de pura consciencia no-dual exenta de individualidad.
Puesto que el auto-conocimiento verdadero es por lo tanto el estado en el que la consciencia individual, la mente o ego, es conocida como una apariencia falsa que nunca existió excepto en su propia imaginación, Sri Ramana a menudo lo describe como el estado de "no-egoidad", "pérdida de individualidad" o "destrucción de la mente". Otro término que se usa comúnmente, tanto en el budismo como en el vedanta advaita, para describir este estado de aniquilación o extinción de nuestra identidad personal, es nirvana, una palabra que significa literalmente "apagado" o "extinguido". Éste es el mismo estado al que la mayoría de las religiones se refieren como "liberación" o "salvación", debido a que solo en este estado de auto-conocimiento verdadero estamos libres o salvados de la esclavitud de tomarnos erróneamente por un individuo separado, una consciencia que está confinada dentro de los límites de un cuerpo físico.
La única realidad que existe y es conocida en este estado de no-egoidad, nirvana o salvación es la consciencia fundamental y esencial "yo soy". Puesto que no se identifica a sí misma con ningún adjunto limitativo, la consciencia esencial y pura "yo soy" es un todo único, ininterrumpido e ilimitado, del que nada puede existir separado. Toda la diversidad y multiplicidad que parece existir mientras nos identificamos con un cuerpo físico, es conocida solo por la mente, que es meramente una forma distorsionada y limitada de la consciencia original "yo soy". Si esta consciencia "yo soy" no existiera, nada más podría parecer existir. Por lo tanto, la consciencia fundamental "yo soy" es la fuente y origen de todo conocimiento ―la única base de todo lo que parece existir.
La consciencia esencial "yo soy" es así la realidad última, la fuente original de la que todo surge, y el destino final hacia el que todas las religiones y tradiciones espirituales buscan conducirnos. La mayoría de las religiones llaman a esta realidad fundamental "Dios" o el "Ser Supremo", o también se refieren a ella de una manera más abstracta como el estado de ser verdadero. Pero por cualquier nombre que la llamen ―y ya sea que la describan como un ser o como un estado de ser― la verdad es que la realidad suprema y absoluta no es nada sino nuestro ser, la consciencia que experimentamos como "yo soy".
En su forma verdadera, su naturaleza esencial, Dios no es algo o alguien que exista fuera o separado de nosotros, sino que es el espíritu o consciencia que existe dentro de nosotros como nuestra naturaleza esencial. Dios es la pura consciencia "yo soy", la forma verdadera de la consciencia que no está limitada al identificarse con un cuerpo físico o con cualquier otro adjunto. Pero cuando nosotros, que somos esa misma consciencia pura "yo soy", nos identificamos con un cuerpo físico, sintiendo "yo soy este cuerpo, soy una persona, un individuo confinado dentro de los límites del tiempo y el espacio", devenimos la mente, una forma de consciencia falsa e ilusoria. Debido a que de esta manera nos identificamos con adjuntos, nos separamos aparentemente de la pura consciencia sin-adjuntos "yo soy", que es Dios. Al imaginarnos así como un individuo separado de Dios, violamos su totalidad ilimitada y su unidad indivisa.
La meta interna de todas las religiones y tradiciones espirituales, es liberarnos de este estado ilusorio en el que nos imaginamos que estamos separados de Dios, la única realidad ilimitada e indivisa. Por ejemplo, en el cristianismo este estado en el que violamos la unidad y totalidad de Dios al imaginarnos como un individuo separado de él, es llamado el "pecado original", que es la causa raíz de toda miseria e infelicidad. Debido a que solo podemos devenir libres de este "pecado original" conociendo la verdad, Cristo dijo, "...conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (San Juan 8.32). La verdad que debemos conocer para ser hechos libres, es la verdad de que no somos nada sino la pura consciencia "yo soy" sin-adjuntos ―ese "yo soy" que es la forma verdadera de Dios, como fue descubierto por él cuando reveló su identidad a Moisés diciendo, "YO SOY EL QUE SOY" ("ehyeh asher ehyeh" ―Éxodo 3.14).
"Conocer la verdad" no significa conocerla teóricamente, sino conocerla como una experiencia directa e inmediata. Para destruir la ilusión de que somos una consciencia individual limitada, una persona separada del todo perfecto que es llamado Dios, debemos experimentarnos como la pura consciencia "yo soy" ilimitada e indivisa. Por lo tanto, para conocer la verdad y con ello ser hechos libres de la ilusión llamada "pecado original", debemos morir y nacer de nuevo ―debemos morir a la carne y nacer de nuevo como el espíritu. Por eso es por lo que Cristo dijo, "A no ser que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios... A no ser que un hombre nazca de... el Espíritu, él no puede entrar en el reino de Dios. Eso que nace de la carne es carne; y eso que nace del Espíritu es espíritu" (San Juan 3.3 y 3.5-6).
Es decir, para experimentar y entrar dentro del verdadero estado de Dios, debemos dejar de existir como un individuo separado, como una consciencia que se identifica con la carne y con todas las limitaciones de la carne, y debemos redescubrirnos como el espíritu ilimitado e ininterrumpido, la pura, inadulterada e infinita consciencia "yo soy", que es la realidad absoluta que llamamos "Dios". Cuando nos identificamos con un cuerpo hecho de carne, devenimos esa carne, pero cuando dejamos de identificarnos con esa carne y nos conocemos como mero espíritu, nacemos de nuevo como nuestra naturaleza original, el espíritu puro o consciencia "yo soy".
La necesidad para nosotros de sacrificar la individualidad para nacer de nuevo como el espíritu, es un tema recurrente en las enseñanzas de Jesucristo. "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo: pero si muere, dará mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo la guardará para la vida eterna" (San Juan 12.24-25). "Quienquiera que busque salvar su vida la perderá; y quienquiera que pierda su vida la conservará" (San Lucas 17.33). "Y él que no toma su cruz, y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida la perderá; y el que pierda su vida por amor de mí, la hallará" (San Mateo 10.38-39). "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará. ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?" (San Mateo16.24-26, y también San Marcos 8.34-37 y San Lucas 9.23-25).
Es decir, para redescubrir la vida verdadera y eterna como el espíritu, debemos perder la vida falsa y transitoria como un individuo. Si buscamos guardar la individualidad falsa, estaremos perdiendo en efecto nuestro espíritu real. Éste es el precio que tenemos que pagar para vivir como un individuo en este mundo. Por lo tanto, todo lo que podamos ganar u obtener en este mundo, lo hacemos al precio de perder nuestro sí mismo real, el estado de perfección y totalidad (que en este contexto es lo que Cristo quiere decir con el término nuestra "propia alma"). A cambio de recobrar nuestro estado de totalidad perfecto y original, solo tenemos que abandonar la individualidad y todo lo que va con ella. ¿Qué es verdaderamente beneficioso, perder el todo y ganar meramente una parte, o abandonar una mera parte a cambio del todo?
Para abandonar o perder la individualidad, como Cristo había hecho, él dice que debemos seguirle negándonos a nosotros y llevando nuestra cruz. Negarnos a nosotros significa abstenerse de surgir como un individuo separado de Dios, que es el todo ―la "plenitud de ser" o totalidad de todo lo que es. Llevar nuestra cruz significa abrazar la muerte o destrucción de la individualidad, debido a que en los tiempos de Cristo, la cruz era un poderoso símbolo de la muerte, al ser el instrumento usual de ejecución. Así pues, aunque usara un lenguaje algo oblicuo para expresarlo, Cristo enfatizó repetidamente la verdad de que para redescubrir nuestra vida real como el espíritu, debemos sacrificar la vida falsa como un individuo.
Este sacrificio de la individualidad o identificación con la carne, y nuestra consecuente resurrección o renacimiento como el espíritu, fue simbolizado por Cristo a través de su propia crucifixión y subsecuente resurrección. Al morir en la cruz y surgir de nuevo de entre los muertos, Cristo nos dio una poderosa representación simbólica de la verdad de que para devenir libres del "pecado original" de la identificación con la carne, y con ello entrar en el "reino de Dios", debemos morir o dejar de existir como un individuo separado, y de ese modo surgir de nuevo como el espíritu puro, la consciencia infinita "yo soy".
El "reino de Dios" que podemos ver y al cual podemos entrar solo naciendo de nuevo como el espíritu, no es un lugar ―algo que podamos encontrar externamente en el mundo material del tiempo y el espacio, o en algún mundo celestial llamado cielo. Cuando a Cristo se le preguntó cuándo vendría el reino de Dios, él respondió, "No viene el reino de Dios ostensiblemente. Ni podrá decirse: Helo aquí o allí; pues, ved, el reino de Dios está dentro de vosotros" (San Lucas, 17.20-21).
El reino de Dios no puede encontrarse ostensiblemente, es decir, por ninguna forma de atención objetiva ―mirando externamente aquí o allí. No puede ser encontrado en ningún lugar fuera de nosotros, ni aquí en este mundo ni allí en el cielo, ni tampoco es ciertamente algo que vendrá en el futuro. Existe dentro de nosotros ahora. Para verlo y entrar en él, debemos volver la atención hacia dentro, retirarla del mundo externo del tiempo y el espacio que observamos por medio de la consciencia limitada a la carne que llamamos "mente", y volverla hacia nuestra verdadera consciencia "yo soy", que es la base y la realidad subyacente de la consciencia que observa, "yo soy fulano y mengano".
La exhortación "ved" que Cristo usó en el pasaje de más arriba es muy importante. Él no nos dice meramente el hecho de que el reino de Dios está dentro de nosotros, sino que nos exhorta a mirar y ver que está dentro de nosotros. Es decir, él no nos dice meramente la verdad que él vio, sino que nos dice que debemos verla cada uno por nosotros. Esta exhortación que Cristo nos hace de no mirar aquí o allí sino ver que el reino de Dios está dentro de nosotros, es la esencia de la práctica espiritual enseñada por Sri Ramana y todos los demás sabios verdaderos. Debemos abandonar la atención a todo lo que esté fuera de nosotros, y en lugar de ello debemos volver la atención hacia dentro para ver la realidad que existe dentro de nosotros.
El reino de Dios no es un lugar sino un estado ―el estado de pura consciencia. Cuando lo vemos dentro de nosotros volviendo la atención hacia el núcleo más íntimo de nuestro ser, entramos dentro de él y devenimos uno con él. Éste es el estado de nacer de nuevo como el espíritu ―el estado de unión mística con Dios que todos los cristianos contemplativos buscan obtener. En este estado llamado el "reino de Dios", la pura consciencia "yo soy", que es el espíritu o forma verdadera de Dios, existe y brilla sola en todo el esplendor y la gloria de su unidad indivisa y totalidad ilimitada.
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