Muerte, Renacimiento y Meditación (Parte 2 de 2)

por Ken Wilber Extraído de: the collected works of ken wilber, volume 4
Renacimiento

Estadios del proceso de renacimiento

Hasta ahora hemos hablado de la disolución progresiva de la Gran Cadena del Ser, comenzando desde la base y operando desde ahí hacia arriba. De este modo, la materia, o forma, se disuelve en el cuerpo (o en sensación, luego en percepción, más tarde en impulso) y el cuerpo se disuelve en la mente ―primero en la mente ordinaria― luego la mente ordinaria se disuelve en la mente sutil ―o dominio del alma― y el alma termina disolviéndose en la esencia causal o espiritual. Ahora bien, a partir de ese momento y según el karma acumulado por esa alma ―la acumulación de virtud y de sabiduría que lleve consigo― el proceso puede invertirse. Así pues, la experiencia del bardo atraviesa tres reinos, o estadios básicos, y estos estadios son simplemente los reinos del espíritu, de la mente, del cuerpo y de la materia. El alma, de acuerdo con su virtud y sabiduría, los reconocerá y por tanto permanecerá en las dimensiones superiores, o no los reconocerá ―de hecho, huirá de ellos― y así terminará descendiendo por la Gran Cadena del Ser hasta que se ve obligada a adoptar un cuerpo físico denso y, por tanto, a renacer.
En el momento de la muerte real o definitiva ―que es lo que hemos llamado la octava etapa del proceso general de la muerte― el alma, o la gota eternamente indestructible, entra en lo que se denomina chikhai bardo, que no es otra cosa que el espíritu mismo, El Dharmakaya. Como dice el Libro Tibetano de los Muertos, "En este momento, el primer destello del Bardo de la Luz Clara de la Realidad, que es la Mente infalible del Dharmakaya, es experimentada por todos los seres sintientes".
Este es el momento en el que la meditación y el trabajo espiritual se vuelven tan importantes. La mayoría de las personas, según el Libro Tibetano de los Muertos, no pueden reconocer este estado por lo que es. En términos cristianos, no conocen a Dios y por lo tanto no saben cuándo Dios les está mirando a la cara. De hecho, en este punto son uno con Dios, entera y totalmente en una identidad suprema con la Divinidad. Pero a menos que reconozcan esta identidad, a menos que hayan sido entrenados contemplativamente para reconocer ese estado de Unidad divina, en realidad huirán de él, impulsados ​​por sus deseos inferiores y propensiones kármicas. Como dijo W.Y. Evans-Wentz, el primer traductor del Libro Tibetano de los Muertos: "Debido a la falta de familiaridad con este estado, que es un estado extático de no-ego, de consciencia [causal], el ser humano promedio carece del poder de funcionar en él; las propensiones kármicas oscurecen el principio de la consciencia con el pensamiento de la personalidad, del ser individualizado, del dualismo, y al perder el equilibrio, el principio de la consciencia se aleja de la Luz Clara ".
Así el alma termina contrayéndose y alejándose de la Divinidad, del Dharmakaya, del reino causal. De hecho, se dice que el alma realmente escapa de la realización de la Vacuidad divina y "se desvanece", por así decirlo, hasta despertar en el siguiente dominio inferior, denominado chonyid bardo, la dimensión sutil o arquetípica, el Sambhogakaya. Esta experiencia va acompañada de todo tipo de visiones psíquicas y sutiles, visiones de dioses y diosas, dakas y dakinis, de luces, iluminaciones y colores deslumbrantes y casi dolorosos. Pero, una vez más, la mayor parte de las personas no están en condiciones de mantenerse en ese estado e, ignorando la luz trascendental y la iluminación divina, terminan huyendo de estos fenómenos y se sienten atraídos por las luces inferiores e impuras que también aparecen.
Entonces el alma vuelve a contraerse internamente y se aleja de esas visiones divinas, desvaneciéndose de nuevo y despertando en lo que se denomina sidpa bardo, el reino ordinario reflectante. En este reino el alma tiene una visión de sus futuros padres haciendo el amor ―y, en buen estilo freudiano― nacerá varón si siente deseo hacia la madre y odio hacia el padre o nacerá niña si odia a la madre y siente atracción por el padre. (Esta es, como dijo el mismo Jung, la primera explicación detallada del complejo de Edipo/Electra, miles de años antes de que Freud lo reformulara.)
Según se dice, en este estadio el alma ―a causa de los celos y la envidia― "trata" imaginariamente de interponerse entre el padre y la madre para separarlos, pero lo único que consigue es interponerse literalmente entre ellos, es decir, renacer a través de ellos, con lo que ahora no sólo tiene deseos, aversiones, apegos y odios sino que también dispone de un cuerpo físico, en otras palabras, es un ser humano. Éste es el estadio inferior de la Gran Cadena del Ser. A partir de ese momento su crecimiento y desarrollo consistirá en escalar los estadios que ha negado, los estadios de los que ha huido. Su evolución, por decirlo así, constituye el reverso de su "caída". Hasta qué punto asciende en la Gran Cadena del Ser determinará cómo maneja el proceso de la muerte y los estados del bardo cuando sea el momento de volver a desechar su cuerpo físico.

Interpretación de la experiencia subjetiva de la muerte y el renacimiento

La evidencia contemplativa sugiere claramente que los datos, las experienciasfenomenológicas que acompañan al proceso de la muerte ―por ejemplo, la "apariencia blanca", el "incremento rojo", la "oscuridad cercana a la realización"― existen y son muy reales. Otra evidencia de su realidad se encuentra en el hecho de que parecen tener referentes ontológicos reales en las dimensiones superiores de la Gran Cadena del Ser. Por ejemplo, las tres experiencias que acabamos de mencionar se refieren respectivamente a lo que he llamado los niveles psíquico, sutil y causal de la consciencia. En mi opinión, los niveles son reales, y por lo tanto las experiencias de esos niveles son reales. Pero esto no significa que las experiencias de los individuos de estos niveles no puedan ser muy diferentes.
Por ejemplo, un budista experimentaría probablemente la "apariencia blanca" como un tipo de vacuidad o experiencia shunyata, mientras que un místico cristiano podría verla en forma de una presencia santa, posiblemente el propio Cristo, o un gran ser de luz. Pero esto es como debería ser. Porque, hasta que se disuelva la "gota indestructible de esta vida" ―las impresiones acumuladas y las creencias reunidas a lo largo de la vida― (a lo que hemos llamado la etapa siete), teñirá y moldeará todas las experiencias. Un budista por lo tanto tiende a tener una experiencia budista, un cristiano tendrá una experiencia cristiana, un hindú tendrá una experiencia hindú, y un ateo probablemente estará extremadamente confuso. Todo esto es lo que deberíamos esperar. Es sólo en el estadio ocho, en la luz clara vacía, o pura Deidad, que las interpretaciones personales y las creencias sutiles son desechadas y adviene una realización directa de la realidad pura, como luz clara. Por lo tanto, la explicación tibetana de los datos no es la única posibilidad a tener en cuenta. Sin embargo, es una entre varias reflexiones o perspectivas muy importantes sobre el proceso de la muerte y el renacimiento, arraigadas en una profunda comprensión de la Gran Cadena del Ser, tanto de "ascenso" (meditación y muerte) como de "descenso" (bardo y renacimiento).

La experiencia cercana a la muerte y los estadios del proceso de la muerte

El fenómeno más común en los relatos occidentales de la experiencia cercana a la muerte (ECM) es la experiencia de pasar por un túnel y luego ver una luz brillante, o encontrarse con un gran ser de luz ― un ser que tiene una increíble sabiduría, inteligencia y felicidad. Aquí no tiene importancia la creencia religiosa; los ateos tienen esta experiencia tan a menudo como los verdaderos creyentes. Este hecho, en sí mismo, tiende a corroborar la idea de que, en el proceso de la muerte, hay una conexión con algunas de las dimensiones más sutiles de la existencia.
Desde el punto de vista del modelo tibetano que hemos estado comentando, la "luz" que se menciona en las ECM, dependiendo de su intensidad o claridad, podría ser el nivel de la lámpara de aceite, la apariencia blanca o el incremento rojo. Lo importantes es que, en este punto del proceso de la muerte, la mente y el cuerpo ordinarios, o los vientos y energías ordinarios, se han disuelto, y así empiezan a emerger las dimensiones más sutiles de la mente y la energía, que se caracterizan por la brillante iluminación y la claridad mental y sabiduría. Por lo tanto, no es sorprendente que la gente universalmente, independientemente de su creencia, mencione la experiencia de la luz en este momento. Muchas personas que informan sobre las ECM creen que la luz que han visto es el espíritu absoluto. Sin embargo, si el modelo tibetano es exacto, entonces lo que la gente ve durante la ECM no es exactamente el nivel más alto. Más allá de la apariencia blanca o el incremento rojo está la oscuridad cercana a la realización, luego la luz clara, y a continuación los estados del bardo.
La experiencia de la luz del nivel sutil es muy agradable, de hecho, increíblemente dichosa. Y el siguiente nivel, el muy sutil o causal, es aún más. En realidad, las personas que han tenido una ECM informan que nunca han experimentado nada tan pacífico, tan profundo, tan dichoso. Pero tenemos que tener en cuenta que todas las experiencias hasta este momento están moldeadas por la "gota indestructible de esta vida"; por lo tanto, como ya hemos señalado, los cristianos pueden ver a Cristo, los budistas ver a Buda, y así sucesivamente. Todo esto tiene sentido, porque las experiencias de estos reinos están condicionadas por las experiencias de la vida actual. Pero entonces, en el estadio ocho, la "gota indestructible de esta vida" es desechada, junto con todos los recuerdos e impresiones personales y especificidades de esta vida en particular, y la "gota eternamente indestructible" sale del cuerpo y entra en el estado del bardo. Y entonces comienza el calvario del bardo ― una verdadera pesadilla a menos que uno esté muy familiarizado con estos estados a través de la meditación.
La experiencia de la muerte y la ECM son realmente muy divertidas, en cierto sentido: Todo el mundo informa que, después de superar el terror a la muerte, el proceso es dichoso, pacífico, extraordinario. Pero cuando se completa el "ascenso", comienza el "descenso", o el bardo ― y ahí está el problema. Porque en ese momento, todas las propensiones kármicas, todos los apegos, deseos y miedos aparecen justo delante de los ojos, por así decirlo, como en un sueño, porque el bardo es una dimensión puramente mental o sutil, como un sueño, donde todo lo que uno piensa inmediatamente aparece como una realidad.
Por lo tanto, no se oye hablar de este "inconveniente" en el proceso de la muerte por parte de la gente que tiene una ECM. Sólo están experimentando las primeras etapas de todo el proceso. Sin embargo, su testimonio es una prueba poderosa de que este proceso realmente se produce. Todo encaja con una precisión bastante notable.
Además, no es posible explicar su testimonio afirmando que todos ellos han estudiado budismo tibetano; de hecho, la mayoría ni siquiera han oído hablar de ello. Pero tienen experiencias esencialmente similares a las de los tibetanos porque estas experiencias reflejan la realidad universal y transcultural de la Gran Cadena del Ser.

La meditación como ensayo para la muerte

¿Dónde encaja la meditación en todo esto? Toda forma de meditación es, esencialmente, una forma de trascendencia del ego, una muerte del ego. En este sentido, cualquier forma de meditación constituye un remedo de la muerte, una muerte del ego. Después de haber "testimoniado" exhaustivamente la mente y el cuerpo, la meditación permite superarlos, trascenderlos, "morir" en ellos, morir en el ego y despertar luego como alma sutil o incluso como espíritu. Y esto se experimenta en verdad como una muerte, por ello precisamente el zen la denomina la Gran Muerte. Puede tratarse de una experiencia muy sencilla, de una trascendencia pacífica del dualismo sujeto-objeto o de una experiencia aterradora (porque, en realidad, se trata de una especie de muerte). Pero sea pacífica o dramática, rápida o lenta, la sensación de identidad separada muere o se disuelve y uno se adentra en una identidad previa y superior en y como espíritu universal.
Pero la meditación también puede constituir un ensayo de la muerte real. Según el Zen, si mueres antes de morir cuando mueras no morirás. Algunos sistemas de meditación, en particular el Sikh (los santos Radhasoami) y el Tantra (hindú y budista), abundan en meditaciones muy precisas que imitan, o inducen, con gran precisión, los distintos estadios del proceso de la muerte ―entre los cuales cabe destacar la detención de la respiración, el enfriamiento del cuerpo, la lentificación e incluso, en ocasiones, el cese del latido cardiaco, etc. De esta manera, gracias a la meditación la muerte real ya no nos cogerá por sorpresa y podremos movernos con mayor facilidad en los estadios de conciencia intermedios que aparecen después de la muerte ―los bardos― o aumentar así nuestra iluminación. Este tipo de meditación tiene por objeto capacitarnos para reconocer el dominio del espíritu de tal modo que, cuando el cuerpo, la meme y el alma se disuelvan durante el proceso real de la muerte, no nos resulte difícil reconocer al espíritu, o Dharmakaya, y ―en lugar de escapar de él y acabar cayendo de nuevo en el samsara, en la ilusión de ser un alma, una mente o un cuerpo separado― ser capaces de morar en el espíritu, o ―si así lo decidimos― de reencarnarnos voluntariamente en un cuerpo como bodhisattva.
Este tipo de meditación que imita a la muerte no es, en modo alguno, peligrosa ya que, en ella, el cuerpo no muere realmente ni tampoco atraviesa, en realidad, los estadios concretos del proceso de la muerte. En este sentido, este tipo de meditación se asemeja al ejercicio de retener la respiración para ver lo que sucede, un ejercicio en el que, en realidad, uno nunca deja de respirar del todo. No obstante, algunos de los estados inducidos mediante este tipo de meditación constituyen verdaderos simulacros de la muerte real. El latido cardiaco, por ejemplo, puede interrumpirse realmente durante un largo período de tiempo y lo mismo ocurre con la respiración. Por ello es posible decir, por ejemplo, que los "vientos" han entrado y permanecen en el canal central, porque con esta "imitación" ―aunque sólo sea temporal― de la muerte, se disuelven los mismos vientos que se disuelven durante la muerte real. Se trata, pues, en diversos sentidos, de una imitación muy concreta y muy real.
Pero, ¿de qué modo se relaciona la meditación con los distintos vientos o energías descritos en el Tantra? La idea central de todo Tantra ―sea hindú, budista, gnóstico o sikh― es que cada estado mental, cada estado de conciencia, en otras palabras, cada nivel de la Gran Cadena del Ser, es sostenido por una energía, o prana, un viento concreto. (Ya hemos visto la versión tibetana de esta doctrina.) Así pues, cuando se disuelve un determinado viento, también se disuelve la mente sostenida por él. Por consiguiente, cuando trascendemos estos vientos, o energías, también podemos trascender las mentes que las "cabalgan". Este es el contexto general sobre el que se asienta el concepto de pranayama, control de la "respiración", o control de los "vientos". Dado que la mente cabalga al viento, el viento tiende a acumularse ahí donde se ponga la mente. Así, por ejemplo, cuando un meditador se concentra muy intensamente en el chakra coronario, el viento, o la energía, tenderá a acumularse y a disolverse ahí.
Esto significa que la mente, en cualquiera de los niveles, controla, en cierto modo, el viento asociado a ella, Por consiguiente, el entrenamiento y la concentración mental puede enseñarnos a acumular los vientos, o energías, en determinados lugares, y luego disolverlos ahí. Y se dice que esa disolución es el mismo tipo de proceso que ocurre en la muerte. De modo que uno experimenta de una manera muy concreta lo que sucede cuando todos los vientos se disuelven al morir, comenzando por los vientos ordinarios y luego continuando con la disolución de los vientos sutiles, abandonando el viento muy sutil o causal y la mente de luz clara que lo monta. Al inducir estas experiencias del proceso de la muerte de forma voluntaria, entonces, cuando llega la muerte real, sabemos exactamente lo que van a producir la disolución de los vientos.
Este tipo de práctica también nos da la capacidad de prolongar cada estado, particularmente los estados más sutiles, tales como los de la apariencia blanca, el incremento rojo, la oscuridad cercana a la realización y la luz clara, porque más o menos ya los hemos dominado. Entonces, en el punto final de la muerte, lo que hemos llamado la octava etapa ―cuando entramos en el chikhai bardo, el Dharmakaya― podemos permanecer ahí si así lo deseamos. Ese estado de claridad es muy claro y evidente y fácil de reconocer, porque lo hemos visto muchas veces en la meditación y en la mente del gurú; por lo tanto, nos aferramos a él y así nos liberamos de la necesidad del renacimiento. (Sin embargo, uno podría elegir seguir renaciendo en un cuerpo físico para ayudar a otros a alcanzar esta comprensión y libertad ―al igual que en un sueño lúcido podemos controlar conscientemente lo que aparece.)
Una técnica común para reunir y disolver los vientos en un punto particular del cuerpo es concentrarse en la "gota roja" ubicada en el plexo solar (la fuente de lo que se conoce como el fuego tummo [interior]). Simplemente nos concentramos en ese objeto ―visualizándolo como una gota roja ardiente, del tamaño de un pequeño guisante― hasta donde uno pueda permanecer concentrado sin interrumpir la atención durante treinta o cuarenta minutos más o menos. En ese punto, las energías del cuerpo estarán tan concentradas en esa área que la respiración disminuirá y se volverá muy suave, casi imperceptible. Todos los vientos o energías del cuerpo están siendo retirados de su labor ordinaria y se concentran ahí. Por lo tanto, la disolución y retirada de estos vientos es muy similar a lo que ocurre en la muerte real. Así que si continuamos concentrados en la meditación, se dice que comenzaremos a experimentar todos los signos del proceso de la muerte, en orden, incluyendo la apariencia de espejismo, la apariencia de humo, la apariencia de luciérnagas y la apariencia de la lámpara de aceite.
En este punto, cuando los vientos o las energías del cuerpo comienzan a reunirse y disolverse en el corazón, como en la muerte real, experimentaremos los niveles de la mente sutil, la mente de la apariencia blanca, luego el incremento rojo, y luego la oscuridad cercana a la realización. Entonces, a través del poder de nuestra meditación y las bendiciones espirituales, todos los vientos o energías finalmente se disolverán en la gota indestructible en el corazón, y experimentaremos el vacío de luz clara, la dimensión espiritual y realización final. En resumen, este tipo de meditación es una imitación perfecta del proceso de la muerte. Y nuevamente, lo esencial es que al familiarizarnos con la luz clara, al desarrollar la sabiduría y la virtud meditativa, entonces después de la muerte real podemos permanecer en la luz clara y así reconocer la liberación final.
Este tipo de meditación es obviamente un intenso calvario, casi gimnástico en sus demandas. No toda meditación es tan exigente, ni es éste el único camino contemplativo que puede atravesar todo los niveles superiores del desarrollo espiritual. Pero la importancia del tipo de meditación anuttaratantra, que acabo de describir, es la increíblemente rica descripción fenomenológica que ofrece de un camino contemplativo global que utiliza tanto la conciencia de la mente como las energías del cuerpo para sondear las profundidades del espíritu humano.
La mayor parte de los caminos meditativos siguen un proceso de desarrollo general y global muy parecido. Primero se emerge por encima del ego ordinario, lo que se experimenta como una liberación de los límites de la sensación de identidad separada y de su sufrimiento obsesivo. Esta liberación inicial puede ―dependiendo del camino y la persona considerados― ser experimentada como una especie de conciencia cósmica o misticismo natural, como el despertar inicial de la energía de kundalini más allá del reino convencional, como el despertar de poderes paranormales o como una experiencia interna de luminosidad beatífica, por nombrar sólo unas pocas experiencias muy frecuentes. En el caso de que la conciencia siga avanzando y adentrándose en los dominios sutil y causal, todas esas experiencias se intensifican hasta acabar disolviéndose o reduciéndose en la no forma pura, en lo no manifestado causal, en la Vacuidad anterior a toda forma, en el Silencio previo a todos los sonidos, en el Abismo anterior a todo ser, en la Divinidad anterior a Dios. El alma regresa al Espíritu y se libera en el infinito sin forma, en la eternidad atemporal, en la absorción sin manifestar, en la vacuidad radiante. La conciencia mora entonces como el Testigo inmóvil, el espejo-mente sin forma, reflejando de forma ecuánime todo cuanto emerge, completamente indiferente al despliegue de sus propias formas, completamente silenciosa frente a sus propios sonidos, completamente desidentificada de las formas de su propio devenir. Entonces es cuando, en el misterio final, el Testigo muere en todo aquello que testimonia, se comprende que la Vacuidad no es más que Forma, el espejo de la mente y sus reflejos son no dos y la Conciencia despierta como la totalidad del Mundo. El sonido de la cascada en un horizonte distante, la imagen de una suave neblina así como el estruendo del relámpago en medio de una tormenta nocturna lo dicen entonces, de algún modo, todo. El sujeto y el objeto, lo humano y lo divino, el interior y el exterior, por nombrar sólo unos pocos, son única y simplemente Un Solo Sabor.

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