Muerte, Renacimiento y Meditación (Parte 1 de 2)
por Ken Wilber Extraído de: the collected works of ken wilber, volume 4
La mayor parte de las tradiciones religiosas y místicas del mundo admiten la existencia de algún tipo de reencarnación. Como advierte el teólogo cristiano John Hick en su interesante libro Death and Eternal Life, todas las religiones del mundo ―incluido el mismo Cristianismo― creen, de una u otra forma en la reencarnación. Hasta el siglo IV d.C. el Cristianismo reconocía la doctrina de la reencarnación pero, en esa época, y por razones casi estrictamente políticas, fue anatematizada, a pesar de lo cual la mayar parle de los místicos cristianos de la actualidad siguen aceptándola.
Obviamente, sin embargo, el hecho de que muchas personas compartan una determinada creencia no constituye ninguna garantía de su autenticidad. Por otra parte, resulta muy difícil seguir sosteniendo la idea de la reencarnación recurriendo a la "evidencia" que nos proporcionan los recuerdos de vidas pasadas ya que, en la mayoría de los casos, éstos no son más que vestigios de recuerdos subconscientes procedentes de esta vida.
Ahora bien, el problema no es tan grave como a primera vista parece. A fin de cuentas las grandes tradiciones místicas del mundo opinan que no es la mente sino el alma la que transmigra a través de una serie de vidas sucesivas y que, ciertas condiciones especiales ―como la hipnosis, por ejemplo― facilitan el recuerdo de todas esas vidas. Así pues, es perfectamente comprensible que no podamos demostrar la veracidad de la reencarnación recurriendo al recuerdo de vidas anteriores. Los recuerdos, las ideas, los conceptos concretos, etc., pertenecen a la mente y, por lo tanto, en el momento de la muerte, al igual que sucede con el cuerpo, son trascendidos y no transmigran. Lo que transmigra es el alma y ésta no es un agregado de recuerdos, ideas o creencias. Quizás algunos recuerdos puedan deslizarse furtivamente de tanto en tanto ―es posible que esto sea lo que suceda en los casos registrados por el profesor Ian Stevenson y otros―, pero esa es la excepción y no la regla.
Ahora bien, según afirman la mayor parte de las versiones de la filosofía perenne, el alma tiene dos características distintivas. En primer lugar es un depósito de las "virtudes" (o de su carencia) ―es decir, del karma, tanto del buen karma como del mal karma― y, en segundo lugar, es la "fortaleza" de la conciencia, la capacidad ―denominada también "sabiduría"― de "testimoniar" los fenómenos sin identificarnos con ellos ni rechazarlos. La acumulación de estas dos ―las virtudes y la sabiduría― constituye el alma, que es lo único que transmigra. Así pues, desde el punto de vista de las principales religiones y ramas de la filosofía perenne, cuando las personas afirman "recordar" una vida pasada ―dónde vivieron, lo que hicieron para ganarse la vida, etc.― probablemente no están recordando ninguna vida pasada real. Se dice que sólo los Budas (o tulkus) suelen recordar vidas pasadas, la principal excepción a la regla. Incluso el Dalai Lama ha dicho que no puede recordar sus vidas pasadas, lo que quizás sirva como un recordatorio para aquellos que piensan que sí pueden.
Pero si los recuerdos ostensibles de vidas pasadas no son una buena evidencia de la reencarnación, ¿qué otro tipo de evidencia podría haber para apoyar la doctrina? Aquí debemos recordar que la filosofía perenne en general permite tres tipos principales y diferentes de conocimiento y verificación: el conocimiento sensorial o empírico; el conocimiento mental o lógico; y el conocimiento espiritual o contemplativo. La reencarnación no es primordialmente una hipótesis sensorial o mental; no puede ser fácilmente explicada o verificada utilizando datos sensoriales o la deducción lógica. Es una hipótesis espiritual, que debe probarse con el ojo de la contemplación, no con el ojo de la carne o el ojo de la mente. Por lo tanto, aunque encontraremos poca evidencia ordinaria que nos convenza de la reencarnación, una vez que aceptemos la contemplación y lleguemos a dominarla, comenzaremos a darnos cuenta de ciertos hechos obvios ―por ejemplo, que la posición del testigo, la posición del alma, comienza a participar de la eternidad, del infinito.
Hay una naturaleza intemporal del alma que se hace perfectamente obvia e inconfundible: se comienza realmente a "saborear" la inmortalidad del alma, a intuir que el alma se encuentra en cierto modo más allá del tiempo, más allá de la historia, más allá de la vida y de la muerte. De esta manera uno se convence gradualmente de que el alma no muere con el cuerpo o la mente, que el alma ha existido antes y volverá a existir. Pero esto por lo general no tiene nada que ver con recuerdos específicos de vidas pasadas. Más bien, es una remembranza de ese aspecto del alma que toca el espíritu y, por tanto, es radicalmente y perfectamente atemporal. De hecho, desde este ángulo se hace evidente que, como dijo el gran sabio vedántico Shankara: "El único transmigrante es el Señor", o el Espíritu absoluto. En última instancia, es la mente de Buda: la Única, que aparece como todas estas formas, manifestándose como todas estas apariencias, transmigrando como todas estas almas. En las etapas más profundas de la contemplación se hace bastante palpable esta realización de la eternidad, del espíritu como imperecedero e indestructible.
Sin embargo, según las enseñanzas perennes, no es meramente el Absoluto el que transmigra. Si el alma despierta, o se disuelve en el espíritu, entonces ya no transmigra; está "liberada", o se da cuenta de que, como espíritu, se reencarna en todas partes, como todas las cosas. Pero si el alma no despierta al espíritu, si no está iluminada, entonces se reencarna, llevándose consigo la acumulación de sus virtudes y sabiduría, en vez de los recuerdos específicos de su mente. Y esta cadena de renacimientos continúa hasta que estas dos acumulaciones ―las virtudes y la sabiduría― llegan finalmente a un punto crítico, tras el cual el alma se ilumina, o se disuelve y libera en el espíritu, terminando así con la transmigración individual.
Incluso el budismo, que niega la existencia absoluta del alma, reconoce que el alma tiene una existencia relativa o convencional, y que es esta alma relativa o convencional la que transmigra. Cuando lo Absoluto o shunyata es experimentado directamente, la transmigración relativa ―y el alma separada― llega a su fin. Sin embargo, se podría pensar que un budista se opondría a nuestro uso de la palabra alma en este contexto, ya que este término generalmente tiene la connotación de algo indestructible o eterno, una connotación que parece ser incompatible con la idea budista de que el alma sólo tiene una existencia relativa y temporal. Para resolver esta aparente contradicción convendrá recurrir a la filosofía perenne.
Según la tradición perenne el alma es, en realidad, indestructible, pero cuando descubre plenamente el espíritu disuelve o trasciende su sensación de separatividad. A partir de entonces el alma sigue constituyendo la individualidad, la expresión concreta de esa persona, pero su ser, su centro, se ha trasladado al espíritu disolviéndose, con ello, la ilusión de separación. Esta doctrina se asemeja mucho más a las enseñanzas primordiales del Budismo ―el anuttaratantra yoga, o "enseñanza superior del Tantra"― según la cual en el mismo núcleo del chakra del corazón de cada individuo se asienta lo que técnicamente se denomina "la gota ―o luminosidad― indestructible". Según el Vajrayana, es esta gota indestructible ―que también poseen los Budas― lo que transmigra. Esta gota indestructible es la sede del "viento" (rLung) muy sutil que sustenta a "la mente muy sutil (o causal)", la mente de la iluminación, nuestra propia esencia espiritual. No existe, por lo tanto, desacuerdo alguno entre el Budismo y la filosofía perenne ya que, como habíamos señalado anteriormente, esta gota indestructible constituye, en realidad, el alma o el continuum.
Estadios del proceso de la muerte:
La disolución de la Gran Cadena del Ser
En términos generales, las distintas ramas de la filosofía perenne coinciden en los diferentes estadios del proceso de la muerte y en las distintas experiencias que acompañan a estos estadios. La muerte es un proceso en el que el individuo experimenta la "disolución" ascendente ―"desde abajo hacia arriba"― de la Gran Cadena del Ser. Es decir, al morir, el cuerpo se disuelve en la mente, luego la mente se disuelve en el alma, luego el alma se disuelve en el espíritu, y cada una de estas disoluciones viene marcada por un conjunto específico de acontecimientos. Por ejemplo, el cuerpo que se disuelve en la mente es el proceso real de la muerte física. La mente que se disuelve en el alma se experimenta como una revisión y "juicio" de la propia vida. El alma que se disuelve en el espíritu es una liberación y trascendencia radicales. Luego el proceso "se invierte", por así decirlo, y basándose en las tendencias kármicas acumuladas, del espíritu uno genera un alma, luego del alma una mente, luego de la mente un cuerpo, tras lo cual se olvidan todos los pasos anteriores y uno mismo se encuentra renaciendo en un cuerpo físico. Según los tibetanos, todo el proceso dura alrededor de cuarenta y nueve días.
La tradición tibetana contiene la descripción fenomenológica más rica y detallada de los estadios de disolución de la Gran Cadena durante el proceso de la muerte. Según los tibetanos, las experiencias subjetivas que acompañan a cada uno de los llamados ocho estadios de disolución, son conocidas técnicamente como: "espejismo", "apariencia semejante al humo", "luciérnaga", "lámpara de aceite", "incremento rojo", "oscuridad cercana a la realización" y "luz clara". Para entender estos términos, necesitamos una versión algo más precisa y detallada de la Gran Cadena. Así, en lugar de nuestra versión simplificada de cuerpo, mente, alma y espíritu, usaremos una versión ligeramente expandida: materia, sensación, percepción, intención, cognición, psíquico, sutil, causal (o lo inmanifestado sin forma) y espíritu (o lo último).
El primer estadio del proceso de la muerte ocurre cuando se disuelve el agregado de la forma, o materia ―el nivel más bajo de la gran cadena―. Se dice que hay cinco signos externos que acompañan a este proceso: el cuerpo pierde su fuerza física; la visión se vuelve poco clara y borrosa; el cuerpo se vuelve pesado y se siente como si se estuviera "hundiendo"; la vida se va de los ojos; y la complexión del cuerpo pierde su brillo. El signo interno que acompaña a esos signos externos es la "apariencia de espejismo", una especie de débil resplandor, de imagen acuosa como las que aparecen en el desierto en un día caluroso. Técnicamente, se dice que esto ocurre porque el "viento" (prana) del elemento "tierra" se disuelve en el "canal central" y entonces predomina el elemento "agua" (de ahí el nombre de imagen acuosa o de visión semejante a un espejismo).
A continuación se disuelve el segundo agregado, el de la sensación. De nuevo se presentan cinco signos externos característicos: desaparición de las sensaciones corporales agradables y desagradables; interrupción de las sensaciones mentales; los fluidos corporales se secan (la lengua se reseca, por ejemplo); dejan de percibirse sonidos externos y cesan también los sonidos internos (zumbidos en los oídos, por ejemplo). El signo interno asociado a esta segunda disolución es una especie de neblina, una "apariencia semejante al humo". Técnicamente, se dice que esto ocurre porque el elemento "agua", que causaba la visión similar a un espejismo, se disuelve en el elemento "fuego" (de ahí la visión semejante al humo).
El tercer estadio consiste en la disolución del tercer nivel, o agregado, la percepción o el discernimiento. Los cinco signos externos que la acompañan son los siguientes: dejan de reconocerse o discernirse los objetos; tampoco se reconocen los amigos ni los familiares; el cuerpo pierde su calor (se enfría); la inspiración se debilita y se hace superficial y dejan de percibirse los olores. El signo interno que acompaña espontáneamente a este estadio se denomina "luciérnaga" y se describe como la aparición de visiones similares a luciérnagas o destellos que chisporrotean en torno a un fuego. Técnicamente se dice que esto tiene lugar porque el elemento "fuego" se disuelve y predomina el elemento "viento".
El cuarto estadio consiste en la disolución del cuarto nivel o agregado, el del impulso (o "formaciones intencionales"). Los cinco signos externos de esta disolución son: cesa el movimiento (porque no hay impulsos); ya no se pueden recordar las acciones o sus propósitos; la respiración se detiene; la lengua se vuelve gruesa y azul y ya no se puede hablar claramente; y ya no se pueden experimentar los sabores. El signo interno que lo acompaña es una "apariencia de lámpara de aceite", descrita como una luz constante, clara y brillante. (En este punto podemos empezar a ver similitudes con la experiencia cercana a la muerte, de la que hablaré más adelante).
Para comprender el quinto y sucesivos estadios del proceso de disolución, es necesario saber un poco de fisiología tántrica. Según el Vajrayana, todos los estados mentales ―ordinario, sutil y muy sutil (o causal)― son mantenidos por los correspondientes "vientos", o energías, o fuerzas de vida (prana en sánscrito, rLung en tibetano). Cuando estos vientos se disuelven, sus mentes correspondientes también se disuelven. El quinto estadio es la disolución del quinto nivel o agregado, el de la cognición, o la propia consciencia ordinaria. Sin embargo, como dicen las enseñanzas del Vajrayana, hay muchos niveles de consciencia. Estos niveles se dividen en lo que se conoce como la mente ordinaria, la mente sutil y la mente muy sutil, cada una de las cuales se disuelven en orden, produciendo signos y experiencias específicos. Por lo tanto, el quinto estadio es la disolución de la mente ordinaria, junto con el "viento" que la mantiene. Entonces ya no hay ninguna conceptualización ordinaria, ninguna mente ordinaria.
Durante este quinto estadio, después de que la última mente ordinaria se desvanece y la primera mente sutil emerge, se experimenta un estado llamado "apariencia blanca". Se dice que es una luz blanca muy clara y brillante, como una clara noche de otoño brillantemente iluminada por una luna llena reluciente. Sin embargo, para entender la causa de esta apariencia blanca, debemos introducir la noción tibetana de thig-le, que significa, aproximadamente, "gotas" o "esencia". Según el Vajrayana, existen cuatro gotas, o esencias, especialmente importantes. Una de ellas es la gota blanca, localizada en la coronilla, una gota recibida del padre y que representa (o realmente es) bodhichitta, la mente iluminada. La segunda, la gota roja, está ubicada en el plexo solar y es recibida de la madre. (También se dice que la gota blanca está relacionada con el semen y la gota roja con la sangre [menstrual], pero lo importante es que tanto hombres como mujeres tienen ambas por igual) La tercera gota, denominada la gota indestructible de esta vida, está localizada en el mismo centro del chakra del corazón. Esta gota constituye, por así decirlo, la esencia de esta vida del individuo, el "continuum" que almacena todas las impresiones y comprensiones de esta vida. Y, dentro de la gota indestructible de esta vida, se halla la cuarta gota, la gota eternamente indestructible, es decir, la gota que perdura para siempre, más allá de esta vida, más allá de la muerte, más allá del proceso de la muerte, más allá del bardo ―o estado intermedio entre la muerte y el renacimiento―, más allá del mismo renacimiento. Esta gota permanece incluso después de la iluminación y es, de hecho, el viento más sutil que sirve de "montura" o fundamento al ser iluminado. Se dice que hasta los Budas poseen esta gota eternamente indestructible.
Por lo tanto, lo que hemos visto hasta ahora es la disolución de todos los vientos ordinarios y las mentes ordinarias asociadas con ellos. Emerge así la primera mente sutil ―la de la "apariencia blanca"― y que "monta", consecuentemente, sobre un viento o energía sutil. Ahora bien, se dice que la causa real de esta mente de apariencia blanca es el descenso de la gota blanca, o bodhichitta, desde el centro (chakra) coronario al centro del corazón. Por lo general, se dice, que la gota blanca se mantiene en el centro coronario mediante la constricción de los nudos y los vientos de la ignorancia y el aferramiento y agarre del nivel ordinario. Pero, en este estadio del proceso de la muerte, se disuelve la mente ordinaria y se desatan naturalmente los nudos que constriñen el centro coronario y la gota blanca desciende hasta la gota indestructible del centro del corazón y, cuando lo alcanza, aparece espontáneamente la mente de la apariencia blanca.
Si estas explicaciones tibetanas del fenómeno parecen demasiado rebuscadas conviene recordar que la meditación nos proporciona muchas evidencias de la realidad de las diversas experiencias que acontecen durante el proceso de la muerte. Así pues, aunque discrepemos de la verdadera causa del relato tradicional tibetano, las experiencias parecen reales e incontrovertibles. (En breve volveremos sobre este punto.) Nuestro interés ahora consiste tan sólo en describir claramente la versión tibetana como punto de partida.
No obstante, tampoco conviene olvidar que, a diferencia de lo que nos ocurre a los occidentales, culturas tradicionales como la tibetana viven constantemente ante la presencia de la muerte, ya que la gente muere en sus hogares, rodeada de su familia y de sus seres queridos. Así pues, los estadios reales del proceso de la muerte han sido observados por ellos miles, o incluso millones, de veces. Y, si a ello añadimos que los tibetanos poseen una visión más que sofisticada de las dimensiones espirituales y de su desarrollo, nos encontraremos ante un riquísimo manantial de conocimiento y sabiduría sobre el proceso real de la muerte y sobre su relación con la dimensión espiritual, con el desarrollo espiritual, con el karma, con el renacimiento, etc. Sería, pues, un disparate que cualquier investigador sensato ignorase la gran abundancia de datos acumulados por esta tradición.
Continuamos ahora con nuestra descripción de los estadios del proceso de la muerte. En el estadio sexto se disuelve la mente sutil y su correspondiente viento, apareciendo una mente más sutil denominada "incremento rojo", durante el cual se experimenta una luz resplandeciente similar al que nos ofrece un día claro de otoño bañado por la luz del sol. Técnicamente, se dice que esto tiene lugar a consecuencia de la disolución de los vientos ordinarios que sostienen la vida y de la liberación, o disolución, de todos los nudos y constricciones que rodean el ombligo ―que sostienen a bodhichitta, la gota roja ubicada en el centro solar― con lo cual la gota roja asciende hasta la gota indestructible ubicada en el centro del corazón, y, al alcanzarlo, aparece espontáneamente la mente del incremento rojo.
Según se dice, en el séptimo estadio tiene lugar la disolución de la mente sutil, o incremento rojo, y la emergencia de una mente y un viento todavía más sutil, denominado "la mente de la oscuridad cercana a la realización", un estado en el que cesa toda consciencia y se disuelve toda manifestación. Además, en este estadio tiene lugar la suspensión de toda la consciencia y energía desarrollada en esta vida. Se dice que esta experiencia es similar a una noche completamente oscura, sin estrellas ni luz. Se la denomina "cercana a la iluminación" porque está "próxima" a la realización final, a la clara luz del vacío. En otras palabras, podríamos decir que este estadio puede ser considerado como el más elevado de los estadios sutiles, el más inferior de los estadios causales o la dimensión inmanifestada del espíritu. Técnicamente hablando, se dice que esta "oscuridad" tiene lugar porque la gota blanca superior y la gota roja inferior se encuentran próximas a la gota indestructible, produciendo entonces el cese de todo tipo de conciencia.
No obstante, en el próximo y último estadio ―el octavo― la gota blanca continúa su movimiento descendente y la gota roja continúa su movimiento ascendente, liberando, o abriendo, a la gota indestructible. Entonces se dice que tiene lugar un período de extraordinaria claridad, de conciencia resplandeciente que se experimenta como un cielo extraordinariamente claro, brillante y radiante, libre de todo tipo de manchas, nubes y obstrucciones. Ésta es la clara luz.
Ahora bien, se dice que la mente de clara luz no es una mente sutil sino una mente muy sutil que monta, consecuentemente, sobre un viento o energía también muy sutil. Esta mente y energía muy sutil, o mente "causal", es, de hecho, la mente y la energía de la gota eternamente indestructible. Es decir, el cuerpo causal, la mente y la energía espiritual última, el Dharmakaya. En este momento, la gota eternamente indestructible se vierte en la gota indestructible de esta vida, cesa toda consciencia y el alma, la gota eternamente indestructible, comienza la experiencia del bardo, la experiencia de los estados intermedios que terminará conduciendo finalmente al renacimiento. Así, la gota blanca continúa su camino descendente y aparece como una gota de semen en el órgano sexual y la gota roja sigue su camino ascendente y aparece como una gota de sangre en las fosas nasales. Sólo en ese momento puede decirse que realmente ha tenido lugar la muerte. Deshacerse del cuerpo antes de haber alcanzado ese punto le hace a uno kármicamente culpable de asesinato porque el cuerpo todavía permanece vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario