domingo, 29 de octubre de 2017



El deseo de alcanzar la iluminación

por David R. Hawkins Extractos de: el ojo del yo
David R. Hawkins
A menos que uno haya caído sin intentarlo y sin esfuerzo previo en un estado de iluminación de la consciencia, tal como ocurrió con algunos santos como Ramana Maharshi durante su adolescencia, la ruta más común es comenzar por desear el estado iluminado. Buda decía que aquellos que oyen hablar y saben de la iluminación ya nunca se sentirán satisfechos con nada más que con ella y que, por tanto, el fin es seguro.
A veces, el buscador se esfuerza mucho y pone gran perseverancia en su empeño, tras lo cual llega el desánimo. En este estadio, el ego asume que hay un "yo" que busca un "eso" (el estado de iluminación), y así intenta redoblar sus esfuerzos.
Tradicionalmente, los senderos que llevan a Dios pasan por el corazón (el amor, la devoción, el servicio desinteresado, la entrega, el culto y la adoración) o por la mente (Advaita, o el sendero de la no-dualidad). Cada sendero puede parecer más cómodo en un momento u otro, o pueden alternarse en el énfasis que se pone en ellos. Sea cual sea el camino, el obstáculo estriba en pensar que es un yo personal, un "yo" o un ego el que está haciendo el esfuerzo, el que está buscando, o que es él el que tiene que ser iluminado. Es mejor darse cuenta de que no hay tal ego o tal identidad de "yo" que haga o busque nada, sino que es un aspecto impersonal de la consciencia el que lleva a cabo la exploración y la búsqueda.
Sería más adecuado el enfoque de dejar que el amor de Dios reemplace a ese impulso deliberado que está dirigiendo la búsqueda. Uno se puede liberar de todo deseo de búsqueda y darse cuenta de que la idea de que hay algo más aparte de Dios no es más vanidad. Es la misma vanidad que reivindica la autoría de las propias experiencias, pensamientos y acciones. Con la adecuada reflexión, se puede ver que tanto el cuerpo como la mente son el resultado de las innumerables condiciones del universo, y que uno es, en todo caso, el testigo de esta concordancia. A partir de un amor a Dios sin restricciones, surge la disposición a someter todas las motivaciones salvo la de servir a Dios de la forma más completa. Ser sirviente de Dios se convierte así en la propia meta, más que la de la iluminación. Ser un canal perfecto del amor de Dios es rendirse completamente y dejar a un lado la búsqueda de una meta por parte del ego espiritual, y el gozo se convierte en el iniciador del posterior trabajo espiritual.
A partir del gozo y de la humildad, el resto del proceso viene solo. Uno se da cuenta de que el proceso de búsqueda espiritual, en su totalidad, está activado por la atracción del destino último por tomar consciencia del Yo, más que verse impulsado por un ego limitado. En lenguaje ordinario, se podría decir que uno está siendo estirado hacia el futuro, en vez de ser impulsado por el pasado.
Es obvio que, a menos que uno esté destinado a la iluminación, ni siquiera estaría interesado en el tema. Aspirar siquiera a tal estado es, en realidad, bastante raro. En toda su vida, una persona normal no llega a conocer siquiera a otra persona que esté interesada en la iluminación por encima de cualquier otra cosa. El sendero puede ser arduo y exigente.
En occidente, no existe un papel aceptado o tradicional para el buscador espiritual. No se espera de uno que, al terminar con sus quehaceres en el mundo, se retire para pasar el resto de su vida en una búsqueda espiritual de la verdad que excluya todo lo demás.
En algunos países, como la India, el sendero espiritual está tradicionalmente aceptado como algo normal en el desarrollo de la persona. En occidente, el estudiante espiritual serio suele verse obligado a juntarse con personas parecidas a él, las cuales a menudo se las considera sospechosas, como marginados de la sociedad, a menos que entren en un monasterio o en un seminario de teología.

Mantener la propia vocación

Los puntos de vista espirituales no son demasiado populares en nuestra sociedad en general. Pero no es necesario imponer los propios puntos de vista a los demás. El mejor proselitismo se hace con el ejemplo, más que con la coerción o tomando a la gente por las solapas. Influimos en los demás por lo que somos, más que por lo que decimos o hacemos. Expresar puntos de vista que son contrarios a la opinión pública puede ser digno de alabanza en términos sociológicos, pero lleva al conflicto y al enredo en las discusiones, así como a la discordia en el mundo. La búsqueda de "causas" es el papel del reformador social y político, que es una actividad diferente de la del buscador de la iluminación. Esfuerzos dignos de encomio se pueden ver como merecedores de apoyo y simpatía, pero son también posicionamientos perceptualmente definidos, con limitaciones intrínsecas. La implicación en los asuntos de la sociedad es un lujo al cual debe renunciar el buscador de la iluminación espiritual.
Cada persona tiene su propio karma o destino que cumplir, y conviene no confundir estas misiones. Los santos que han existido a lo largo de la historia elevaron ciertamente a la humanidad, y fue tal la naturaleza de sus respectivas misiones y el mérito de su coraje espiritual, que con frecuencia trajo consigo el sacrificio de sus propias vidas. Colectivamente, estos santos sociales inspiran a naciones y culturas enteras, y así, por sus vidas públicas, sirven silenciosamente a la humanidad durante generaciones.
La vocación del aspirante espiritual de vida privada es más humilde socialmente, pero es igualmente importante y supone un servicio a toda la humanidad. El santo social eleva a su sociedad a través de la acción social y del ejemplo. El devoto eleva a través del desarrollo interior. Cada incremento en el nivel de consciencia afecta a la consciencia de toda la humanidad; y lo hace de forma anónima, pero discernible y demostrable a través de la investigación espiritual. El nivel calibrado de la consciencia de la humanidad es la combinación resultante del estadio de evolución de cada uno, y los niveles calibrados superiores son inmensamente más poderosos que los negativos.
El poder del amor que emana de la consciencia de una mínima parte de la humanidad equilibra totalmente la negatividad de la masa total de seres humanos. El setenta y ocho por ciento de la población mundial se halla todavía en el rango negativo, por debajo del nivel calibrado en 200, y sólo un cuatro por ciento alcanza el nivel del Amor Incondicional, que se calibra en 540. Por tanto, cada pensamiento amoroso o compasivo pesa más que miles de pensamientos negativos en la mente de otros. No cambiamos el mundo con lo que decimos o hacemos, sino como consecuencia de lo que hemos llegado a ser. Así, todo aspirante espiritual está sirviendo al mundo.


Fuente: David R. Hawkins. El Ojo del Yo (El Grano de Mostaza - 2016)


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