por Jeff Foster
Y esperando, he conseguido parat ti un
final:
la presencia de Dios en todas las cosas.
— Goethe
Existe una poderosa quietud de la
que brotan todas las cosas. Es una quietud que está más allá de las palabras.
Sin embargo, a lo largo del tiempo, las personas han intentado nombrar lo
innombrable. A esta quietud la han llamado Dios, el Tao, la Mente búdica, pero
la quietud no es nada de todo eso. Desde siempre, las palabras no son más que
meras indicaciones que apuntan hacia aquello de lo que es imposible hablar.
Por alguna razón, nos aterroriza
esta quietud y nos pasamos buena parte de nuestra vida andando de puntillas
para evitarla. La quietud es la vacuidad que lo devora todo: toda identidad, el
pasado y el futuro, la esperanza, el miedo, el placer y el dolor. Sencillamente
nos aterroriza perder nuestra humanidad y hundirnos en esta divinidad, aunque,
ahí adentro, se encuentra nuestra salvación: morir, literalmente, en Dios —que
es morir en todas las cosas porque todas las cosas son Dios.
Los árboles, los pájaros, las
carreteras, los coches, la polución, la gente haciendo sus cosas todos los
días, todo eso es Dios. El sufrimiento en los rostros de la gente, eso también
es Dios. La sonrisa de la gente cuando se encuentra, las lágrimas cuando los
seres queridos se separan, la rabia, la violencia, el miedo o el anhelo de
deshacerse de todo eso, todo eso también es Dios. No existe nada —literalmente—
que no sea Dios.
Por tanto, dividir a Dios con
religiones, doctrinas e ideologías, y condensarlo en trozos del tamaño de las
creencias sólo es idolatría. En cambio, esa división nunca es considerada
idolatría sino «el camino hacia Dios». Todo camino hacia Dios implica que Dios
no está ya aquí, ahora, y eso es negar al Dios que te está mirando directamente
a los ojos en este preciso instante.
Mira a tu alrededor: ¿acaso no es
esto Dios? Si no lo es, ¿dónde se Le puede encontrar? ¿Cuándo Lo vas a
encontrar?
En vano buscas a Dios porque Lo
tienes delante de ti, dentro de y siendo las cosas de este mundo. Alarga tu
mano: ahí está la mano de Dios. Mira tus piernas: son las piernas de la
divinidad. Ese pájaro que se acaba de posar en esa rama, ¿de verdad crees que
eso no es una manifestación de Dios?
¡Mira! ¡Mira a tu alrededor!
¡Dios está en todo! Un Dios que no esté en todo es un Dios pequeño, un Dios de
la mente, un Dios de creencias, religiones, pensamientos. ¿Acaso eso no se
llama idolatría? ¿Acaso no se trata de un mero ídolo fabricado por la mente,
fabricado por el hombre?
¡Deshazte de todo eso! Deshazte
de todas las religiones, regresa a este momento y contempla al Dios que llevas
buscando toda tu vida. Regresar al Ahora constituye la verdadera adoración, la
verdadera oración, la verdadera meditación, la verdadera fe, porque sólo a Dios
se Le puede ver, sentir, oír y experimentar ahora. ¿Sientes cómo respiras? ¿No
es Dios el que respira a través de ti? ¿Sientes cómo te palpita el corazón
dentro del pecho? ¿No es eso obra de Dios? ¿De verdad necesitas un futuro para
poder encontrarlo? ¿No está contigo ahora mismo? ¿No te está mirando
directamente a los ojos?
Dios me es más íntimo que yo mismo.
San Agustín
San Agustín
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