martes, 21 de noviembre de 2017


¿Quiénes somos? ¿Quién soy yo?

por Mónica Cavallé
Mónica Cavallé
Encuentra tu ser real. ¿Quién soy yo? es la pregunta fundamental de toda filosofía [...]. Profundiza en ella.
Nisargadatta (1)
La filosofía perenne ha distinguido, básicamente, tres niveles en la consideración del "yo" o "sí mismo":
a) El primer nivel corresponde a lo que denominaremos Yo universal. Este Yo universal es el único y más radical Sí mismo, la base y la realidad íntima de todos los yoes individualizados. Es idéntico al Tao, al Ser (2), a la esencia de toda cosa.
Quien se conoce a Sí mismo, conoce todas las criaturas.
Maestro Eckhart (3)
El pensamiento de la India denomina a este Yo universal y único (al que aludiremos con las expresiones "Yo" o "Sí mismo") Atman.
b) El segundo nivel que distingue la filosofía perenne en la consideración del "yo" corresponde al yo particular o sí mismo individual. Este es el sentido del "yo" con el que aludimos a nuestra individualidad psicofísica, a este organismo concreto, a nuestra persona particular. La filosofía sapiencial nos enseña que el yo particular no es esencialmente diverso del Yo universal, de un modo análogo a como una ola no es distinta del océano, a como un color no es distinto de la luz, sino solo una modificación de esta última, o a como la imagen del Sol que se refleja en el agua no es disociable del auténtico Sol. En otras palabras, si cada individuo puede sentir y decir "yo", es en virtud del único Sí mismo.
Nuestra idiosincrasia individual viene dada por las particularidades de nuestro organismo psicofísico. Es este el que hace que tengamos unos rasgos y un temperamento específicos, un modo único de ser; no hay dos individuos iguales. Pero nuestra estructura psicosomática ―nos enseña la sabiduría― es una faceta de la expresión del Tao, y lo que la vivifica, piensa y actúa en ella es el Tao. Nuestra mente es un centro focal de la Inteligencia única. Nuestro cuerpo es una célula del cuerpo total del cosmos. Aquello que dice "yo" cuando decimos "yo" es el único "Yo", pues el sentido de ser, de presencia lúcida, de identidad, que nos permite exclamarlo es el Ser, la Conciencia y la Identidad única del Tao.
El Yo universal es "Yo" en sentido propio. Cada individuo es "yo" en un sentido derivado cuya validez es estrictamente pragmática: la expresión "yo" es algo así como el nombre propio con el que cada cual designa a su cuerpo-mente particular; es como un dedo que señalara hacia nuestra persona. Ahora bien, nuestro "Sí mismo" es más originario que nuestro cuerpo y nuestra mente. De hecho, ¿no sentimos siempre que somos "Yo" y que somos Idénticos a nosotros mismos (nuestro sentido de identidad esencial), a pesar de que nuestro cuerpo y los contenidos de nuestra vida psíquica no han dejado de cambiar? ¿Y no compartimos con todos los hombres ese sentido de ser y de ser yo, de identidad, de ser siempre auto-idénticos?

El yo superficial

c) La sabiduría distingue un tercer nivel en la consideración del yo: el ego o yo superficial. El yo superficial es el sentido del yo que resulta de la identificación exclusiva con aquello que hay de estrictamente particular en nosotros: nuestro cuerpo y nuestra mente.
El ego hace acto de presencia en el momento en que el Ser transpersonal e ilimitado se identifica con un organismo limitado. Nuestro cuerpo-mente, nuestro yo particular, es como una ola en el océano único de la Vida. El yo superficial es la vivencia separada de nosotros mismos derivada de identificarnos de modo absoluto con esa ola cambiante, olvidando su raíz universal, el Océano del que es expresión.
La palabra que mejor define al yo superficial es la palabra identificación. El yo superficial se identifica con ciertos objetos, rasgos, atributos, etcétera, y cree ser "yo" en virtud de esas identificaciones. Se confunde con su vida física y psíquica, y se confunde e identifica también con aquellas cosas, personas, situaciones y circunstancias que siente que son una prolongación de su vida física y psíquica. El yo superficial afirma: Yo soy este cuerpo, estos pensamientos, estas emociones, estas experiencias, esta biografía, estas sensaciones, estas creencias, estos logros, etcétera.
La identificación del yo superficial con todos esos atributos particulares es una identificación mental; adopta la forma de un pensamiento cuyo contenido es "yo soy esto, yo soy aquello", o bien "esto es mío" ("mi esposa, mis hijos, mi estatus, mi trabajo, mis conocimientos, mi carrera...").
El Yo universal es el sentido "Yo" en nosotros, el sentido puro de ser, de identidad, de lucidez, que nos permite exclamar "Yo" y sentir "Yo soy". El yo superficial es el acto de identificación en virtud del cual pensamos: "yo soy esto, yo soy aquello". El énfasis ya no se cifra en el sentido puro de ser, sino en el hecho de ser esto o de ser aquello.
El yo superficial existe en virtud de un acto mental de identificación. En otras palabras, su naturaleza es psicológica: es un pensamiento o conjunto de pensamientos, una idea o imagen del yo. Es la auto-imagenque el individuo se forja y mediante la cual se afirma; la idea que tenemos de nosotros mismos al identificarnos con cierta apariencia externa, rol social, experiencias, creencias, logros, etcétera. El ego se alimenta de identificaciones y se sustenta en ellas, en concreto, con todo aquello que supuestamente le reafirma como tal "yo", proporcionándole la sensación de estar vivo como un ente separado.
De cara a comprender la naturaleza de esta "identificación", quizá sea conveniente advertir, en este punto, que no es lo mismo ser uno con algo que identificarse con ello. No es lo mismo, por ejemplo, asumir plenamente el propio cuerpo que identificarse con él, pues la identificación lo es siempre con una imagen, con una idea. Identificarse con el cuerpo no es estar plenamente presentes en él, completamente integrados en nuestra vivencia corporal, sino ubicar nuestra identidad en una "imagen" o "auto-imagen" física. Así, nuestro organismo es algo mudable, está en permanente transformación. Pero la "imagen" del propio cuerpo es estática, fija; la identificación con ella no permite fluir con los cambios corporales, sino que los frena, los resiste, los fuerza o los distorsiona.
Tampoco debemos confundir el hecho de identificarse con una imagen propia con el de tener una auto-imagen. Necesitamos para funcionar en el mundo tener ideas orientativas sobre nuestro yo particular, sobre cómo somos en tanto que individuos. Pero ello no ha de conllevar que compendiemos en dichas ideas nuestra identidad esencial, ni que interpretemos el cuestionamiento de estas como un cuestionamiento de nuestro yo real, como un ataque dirigido contra él. El yo particular es lo que somos en el mundo, nuestra apariencia. El Yo universal es lo que somos en esencia. El yo superficial no es lo que somos ni en apariencia ni en esencia, sino "lo que creemos ser".
El yo particular está en conexión con la totalidad de la Vida, como la ola lo está con el océano y el reflejo con lo reflejado. El yo superficial, en cambio, puesto que resulta de la identificación mental con ciertos objetos, rasgos y atributos, se desgaja de esa totalidad y se cree algo limitado y separado, una realidad clausurada que se erige a sí misma como un absoluto.
El yo superficial genera división y dualidad, separación radical entre "lo que es yo" y "lo que no es yo" y, con ello, conflicto. Se vivencia necesariamente como algo que ha de ser defendido y afirmado sin tregua, pues las ideas que lo definen son continuamente cuestionadas, fortalecidas o debilitadas por el exterior, y en cada cuestionamiento siente peligrar su identidad. La actitud del yo superficial es siempre defensiva u ofensiva, pues experimenta como una amenaza todo lo que cuestiona su auto-imagen, y como positivo todo lo que la confirma o afianza; cree que su identidad, seguridad y afirmación personal dependen del mantenimiento y engrandecimiento en el tiempo de sus imágenes sobre sí.
El yo superficial cifra su identidad en algo tan nimio como una "idea". Una idea tan voluble que a lo largo de nuestra vida no ha dejado de cambiar ―¿qué tienen en común los "contenidos" que supuestamente definían nuestro yo en la infancia, en la adolescencia, en la primera madurez ... ?― Una idea tan vacua que depende de algo tan débil, frágil, evanescente y engañoso como nuestra memoria, pues es la memoria la que ha de sostener dicha idea en el tiempo.
Ahora bien, el yo superficial no consiste solo en una idea de "lo que creo ser", también es una idea de "lo que creo que he de llegar a ser". La auto-imagen del yo superficial incluye también una imagen "ideal" del yo. Como ha descrito con justeza Antonio Blay (4), desde el momento en que el yo se identifica con una idea, la vivencia que tiene de sí es necesariamente limitada: soy esto, pero no soy aquello; esto es mío, pero eso otro no lo es; tengo ciertas cualidades, pero también ciertos defectos ... . Puesto que esta idea, que confunde con su identidad, es limitada, no responde a la intuición de Plenitud que todo ser humano, más o menos veladamente, reconoce como su naturaleza profunda y su destino.
La insatisfacción que genera este contraste hace que el yo superficial necesite, imperiosamente, aferrarse a otra idea: a una imagen "ideal" de sí mismo que confía en hacer realidad en el futuro; la imagen de la plenitud que ansía y que se compone de aquellos rasgos que neutralizan lo que ahora percibe como una limitación (por ejemplo: la fortaleza o el poder, para el que se ha sentido o se siente débil; la inteligencia y el conocimiento, para el que se siente mentalmente inferior; o sencillamente, un ideal de mejoramiento y engrandecimiento del yo que habrá de lograrse a través de una disciplina moral, espiritual, etcétera). El egosiente, de este modo, que es esencialmente ese yo que va mejorando, logrando más cosas, siendo cada vez superior, más "alguien". El movimiento o la tensión entre esas dos ideas ―entre "lo que cree ser" y "lo que cree que ha de llegar a ser"― definirán el argumento de su existencia. El yo sufrirá, se deprimirá, se alegrará o se motivará por meras imágenes, por algo que nada tiene que ver con lo que realmente es, con su verdadera Identidad. (5)
[...] en el fondo tú no eres tú [lo que crees ser], pero tú no lo sabes.
Ibn 'Arabi (6)
Es a este yo superficial ―por otra parte, a lo que casi siempre se alude cuando se exclama "yo"― al que se refiere Albert Einstein cuando afirma:
El auténtico valor de un ser humano depende, en principio, de en qué medida y en qué sentido haya logrado liberarse del yo. (7)

Retorno a la Fuente

Nuestro Yo profundo, el Tao, es plenitud de Ser. Esta plenitud sin forma se expresa y se celebra a sí misma a través de la creación de formas ―las distintas realidades que componen el espectáculo de la vida―, de un modo análogo a como el artista celebra un estado interior de plenitud traduciendo dicho estado al plano material, al plano de las formas. Su plenitud íntima, en el momento de la inspiración, es completa. No busca completarla mediante su creación. Sencillamente, siente el impulso de re-crearla en un plano diverso al nivel interior en el que dicha plenitud es ya una realidad actual.
El Tao es la Forma (que plasma todas las formas), pero en sí mismo no tiene forma.
Lao Tsé (8)
Este movimiento de expresión o manifestación del Tao ―que tiene su origen en lo que, siguiendo con la metáfora de la creación artística, podríamos denominar su "Idea creadora" (9)― es el origen de la vida cósmica y lo que define su dinámica intrínseca: el crecimiento, el desarrollo creciente. Cada realidad particular, también el hombre en su individualidad psicofísica, es una faceta de esa Idea creadora en expresión.
El Tao ―veíamos en el capítulo anterior― actúa infaliblemente en el cosmos. Las cosas que nos rodean no pueden dejar de ser lo que son, ni de obedecer esa única Ley.
El Tao actúa en la naturaleza. Ahora bien, en el ser humano opera de un modo especial: al individuo, le habla; no le impele, sino que le invita; no le fuerza, sino que, delicadamente, le inclina o le sugiere. Precisamente por esto el ser humano es co-creador.
El sublime Uno, cuyo oráculo está en Delfos, ni revela ni oculta, sino que sugiere, indica, da a entender.
Heráclito, fragmento 93
[...] La acción del Tao se manifiesta en el mundo animal, mineral y vegetal como instinto y ley. En el ser humano, en virtud de su naturaleza auto-consciente, como inclinación de su voluntad y como conocimiento o comprensión. La persona no solo obra y actúa según los dictados del Tao, sino que participa de modo consciente de ese obrar. Es invitado a comprender y a querer esa Ley, que es la ley de su propio Ser; es invitado a elegirla y a aceptarla, es decir, a elegirse y a aceptarse a sí mismo. Puede ser conscientemente co-creador, colaborador con la Inteligencia que le permite ser lo que es. Esta Inteligencia es su más íntimo Yo y, por ello, no es una fuerza o una voz que lo enajene; es la voz de su verdad íntima, de su propia realidad.
El Tao habla delicadamente: sugiere, invita. Respondemos activamente a esta invitación cuando nos mantenemos vigilantesatentos, a la escucha.

(Extraído de: La sabiduría recobrada - Filosofía como terapia)
Notas:
  1. Yo soy Eso, pág. 59
  2. Ambos términos son intercambiables, si bien el término "Yo universal" añade un matiz: se tratra del Ser al que accedemos ahondando en nosotros mismos, en nuestra propia subjetividad.
  3. Tratados y sermones, pág. 219
  4. Cfr. su libro Ser, cap. 3
  5. CfrSer, pág. 95
  6. Tratado de la Unidad, 1.7.1.
  7. Mis ideas y opiniones, pág. 10
  8. Tao Te King, XIV
  9. Recordemos la caracterización tradicional de la Realidad última como Mente universal, y del mundo como ideación suya.
Fuente: Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada - Filosofía como terapia (Ed. Kairós, 2012)
Mónica Cavallé es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster Universitario en Ciencias de las Religiones. Pionera del asesoramiento filosófico sapiencial en España, trabaja como filósofa asesora y actualmente dirige la Escuela de Filosofía Sapiencial.
Entre su obra escrita destacan los libros La sabiduría recobradaLa Filosofía, maestra de vida y La sabiduría de la no-dualidad.


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lunes, 20 de noviembre de 2017

Nuestro ser esencial

Encuentro con Rupert Spira (III) Barcelona - Febrero 2013
Rupert Spira
Rupert Spira: Dejadme que os dé algunas noticias desalentadoras sobre la iluminación. La iluminación no es ningún tipo particular de experiencia, no es una experiencia que pueda encontrarse en la mente, el cuerpo o el mundo. Si estamos buscando la iluminación en algún lugar o en algún momento, estamos entonces buscando en el lugar equivocado.
Imaginad que os sugiriese que os levantéis y deis un paso hacia vosotros mismos. ¿En qué dirección iríais? Cualquier dirección que adoptarais sería una dirección equivocada pero, al mismo tiempo, cualquier paso que dierais no os alejaría de vosotros mismos.
Si dijera: "Ve hacia la consciencia", "ve hacia aquello, sea lo que sea, que es consciente de tu experiencia"... ¿Hacia dónde irías? ¿En qué dirección? Y, ¿quién sería el que estaría yendo hacia esa dirección?
No pienses sobre esto, explora realmente tu experiencia. ¿Puedes dirigir tu atención a eso, sea lo que sea, que es consciente de tu experiencia? ¿Puedes volver tu atención sobre ella misma?
La atención es consciencia más un objeto. Cuando la atención cesa de ir hacia el exterior, hacia los objetos de la mente, del cuerpo y del mundo, fluye de regreso hacia sí misma y resplandece como pura presencia consciente.
Permite que tu presencia consciente descanse en sí misma, en tanto que sí misma, en lugar de ir hacia el exterior, hacia un objeto de la mente, del cuerpo o del mundo.
Éstas son las dos únicas posibilidades para nuestra atención. Una es ir hacia el exterior, hacia los pensamientos, sensaciones, sentimientos y percepciones. Y la otra es volverse hacia su propia fuente y disolverse en pura presencia consciente.
Es por el hecho que estamos habituados a poner nuestra atención en los objetos de la mente, del cuerpo y del mundo, que imaginamos que la iluminación es algún tipo de súper-extraordinario objeto y nos ponemos a buscar esa experiencia extraordinaria. De vez en cuando podemos encontrar experiencias extraordinarias pero, como todas las experiencias, van a desaparecer y nos dejarán en el mismo estado de búsqueda y en el mismo estado de infelicidad.
Más pronto o más tarde tendremos que tener la valentía y la claridad para ver que aquello que realmente anhelamos en la vida no es ningún tipo de objeto: No es ni un pensamiento, ni una sensación, ni un sentimiento, ni una percepción. Incluso el estado más maravilloso de expansión de la mente no es más que otro tipo de objeto sutil. Si estamos buscando algo en particular, estamos buscando en la dirección equivocada.
Pregúntate: ¿Qué es lo que hace el mirar? ¿Qué es eso que es consciente de todos los objetos de la mente, del cuerpo y del mundo? ¿Qué es eso que es consciente de las experiencias maravillosas y de las malas experiencias? ¿Qué es eso que es consciente de todo?
Eso no es una experiencia. Eso es íntimamente uno con toda experiencia, pero en sí mismo no es una experiencia; de la misma manera que la pantalla es íntimamente una con todas las imágenes, pero no es en sí misma una imagen.
Ser conscientemente eso, es la cosa más fácil del mundo, no se requiere el más mínimo esfuerzo para ser eso; de hecho, se necesitaría un esfuerzo del pensar y del sentir para pretender ser otra cosa que eso.
Esto es exactamente lo que el yo separado es: La pretensión de ser otra cosa distinta que la presencia de la consciencia.
Cada vez que el pensamiento afirma eso en una de sus excursiones al pasado o al futuro pregúntale: ¿Dónde vas? y ¿Por qué? Casi siempre nos dará la misma respuesta: "Estoy buscando un objeto que finalmente me haga feliz".
No intentes disciplinar este pensamiento que busca. Encuéntralo con tu comprensión; la comprensión de que la paz imperecedera no puede ser hallada en un objeto intermitente. Permite que ese pensamiento que busca, descanse en esa comprensión.
Aquello que es esencial en nosotros no puede ser retirado. Algo que es superfluo puede ser retirado, y sólo aquello que no se nos puede quitar constituye nuestra naturaleza esencial. Pregúntate: ¿Qué es eso?
Se pueden retirar los pensamientos. Cada vez que un pensamiento acaba, desaparece, pero nosotros no dejamos de ser; entonces, obviamente, los pensamientos no son esenciales en nosotros.
Lo mismo sucede con las sensaciones, las sensaciones corporales están continuamente apareciendo y desapareciendo, y toda sensación que hayamos tenido ha desaparecido; así que no pueden ser esenciales a nuestro ser.
Lo mismo ocurre con las percepciones; quiero decir, vistas, sonidos, texturas, gustos y olores. Todas éstas están siempre yendo y viendo, siendo añadidas a nosotros y después retiradas de nosotros.
Sucede lo mismo con las imágenes que aparecen en la pantalla y luego se retiran. La imagen no es esencial a la pantalla.
Pregúntate: ¿Qué es esencial a mi ser, a mi yo? No contestes "no lo sé"; aquello que sea que es esencial en ti jamás ha sido retirado de ti. Lo conoces más íntimamente que cualquier otra cosa. ¿Qué es eso?... Cuando todo lo que puede ser retirado es retirado, ¿qué es lo que permanece?
Pasar por alto este ser esencial y confundirse a sí mismo con una amalgama temporal de sentimientos y pensamientos es locura y es la enfermedad que sufre la gran mayoría de la humanidad.
Y, sin embargo, a lo largo de toda nuestra experiencia, nuestro propio ser está permanentemente habitando en sí mismo y en tanto que sí mismo. No está escondido o enterrado en el cuerpo-mente, sino resplandeciendo a plena vista en el corazón de toda experiencia. Así como la pantalla no está escondida detrás de una imagen, sino que está siempre resplandeciendo a plena vista, independientemente de la imagen. Ve que tu naturaleza esencial jamás es oscurecida por experiencia alguna.
Nuestros pensamientos y sentimientos parecen limitar nuestro ser esencial, al igual que las imágenes parecen limitar la pantalla en la que aparecen. De hecho, nuestro ser esencial de presencia consciente jamás está limitado por ningún pensamiento ni sentimiento; de la misma manera como ninguna imagen limita verdaderamente la pantalla, no la limita ni tampoco la oculta.
Permanece con tu ser esencial, no te pierdas en los objetos de la mente, del cuerpo o del mundo, no hay necesidad de cambiar o eliminar ninguno de estos objetos, deja que sean tal como son y tú permanece exactamente tal como eres. No te pierdas en un objeto.
Este ser esencial que somos es el único y verdadero refugio, es el único lugar en el que es posible encontrar auténtica paz. Buscar paz en cualquier otro lugar, quiero decir en la mente, el cuerpo o en el mundo, es algo equivocado. No es posible encontrar paz en un objeto temporal y finito.
El simple conocer de tu propio ser es el conocerse de sí mismo; es la única morada verdadera de la paz. Tu propio ser siempre está disponible en cualquier circunstancia, jamás está un paso más allá de la experiencia presente, está justo en el corazón de cualquier experiencia por difícil que sea. Tu ser, eternamente dichoso, siempre está resplandeciendo.
Extraído de un diálogo - Barcelona (España), 16 de febrero de 2013

viernes, 17 de noviembre de 2017




"Yo Soy" Dios ― La Realidad Última

por Michael JamesExtracto (3) de la introducción a: la felicidad y el arte de ser
Arunachala Light

Las gentes que practican la devoción dualista, creen que la forma más alta de devoción a Dios ―la forma más pura de amor― es entregarnos completamente a él. Para entregarse a él, ellos tratan de negarse a sí mismos abandonando su apego a todo lo que consideran como "mío", y en particular renunciando a su propia voluntad individual. Así pues, la plegaria última de todo devoto verdadero es, "Hágase tu voluntad ―no mi voluntad, sino solo la tuya".
Sin embargo, mientras la mente exista, inevitablemente tendrá una voluntad suya propia. El deseo y el apego son inherentes a la mente, el material mismo del cual ella está hecha. Por lo tanto, mientras nos sintamos como un "yo" individual, tendremos también una voluntad individual, y sentiremos un sentido de apego a "mío". La única manera en que podemos entregar nuestra voluntad y abandonar todos los apegos, es entregando la mente que tiene una voluntad individual y siente apego al cuerpo y a otras posesiones.
Tratar de entregar nuestra voluntad individual y el sentido de "mío" ―los deseos y apegos― sin entregar efectivamente la individualidad, el ego o sentido de ser un "yo" separado, es como cortar las hojas y las ramas de un árbol sin cortar su raíz. Hasta que y a no ser que cortemos la raíz, las ramas y hojas continuarán brotando una y otra vez. Similarmente, hasta que y a no ser que entreguemos el ego, la raíz de todos los deseos y apegos, todos nuestros esfuerzos por abandonar los deseos y apegos fracasarán, debido a que continuarán brotando una y otra vez en una forma sutil u otra. Por lo tanto la auto-entrega solo puede ser completa y final cuando el sí mismo individual, la consciencia limitada que llamamos "mente" o "ego", es entregada completamente.
Mientras sintamos que existimos como un individuo que está separado de Dios, no nos hemos entregado completamente a él. Aunque en verdad somos solo la consciencia pura, ilimitada y no-personal "yo soy", que es el espíritu o forma verdadera de Dios, sentimos que estamos separados de él debido a que nos tomamos erróneamente por una consciencia individual limitada que se ha identificado con un cuerpo particular.
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domingo, 12 de noviembre de 2017

La Conciencia y el Universo

La Filosofía de la Existencia en Ramana Maharshi y la Ciencia Moderna

por J. Sithamparanathan Extracto de: la filosofía de la existencia en ramana maharshi...
Conciencia y el Universo
La tesis básica de los Vedas es que una "Realidad Supremamente Inteligente, Consciente" ―llamada Brahman―, es la causa del cosmos. Según los Vedas, Brahman ―habiendo despertado como la conciencia "YO SOY"― sintió el deseo de manifestarse, produciendo las fuerzas creativas que hicieron evolucionar al Ser Uno para dar el universo múltiple.
En el Vedanta Advaita, que es la expresión más alta de la filosofía de los Vedas, Brahman ―la única realidad y sustrato del universo― es uno e indivisible. Los seres humanos son también, por tanto, parte de esta totalidad inseparable y auto-consistente, y por ello la conciencia humana implica que la totalidad también es consciente. Así, se considera que los seres humanos somos la prueba viviente de la conciencia cósmica que subyace al universo.
Los Vedas afirman que el sustrato de cada manifestación de la vida es la "pura conciencia". A esto se le llama Atma para distinguirlo de Paramatma el término con el que se designa a Brahman o Conciencia Absoluta, que es el sustrato de la totalidad del cosmos. A veces, en las escrituras, atma se describe corno una "particula" de Paratma, pero en esencia ambos son idénticos, puesto que Brahman es uno e indivisible. Tanto la fuerza de vida (prana) como la mente (manas) tienen su fuente en la Conciencia. La Conciencia Absoluta confinada en un cuerpo y energizada por la fuerza de vida, la mente y la percepción sutil recibe el nombre de jivatma, que equivale al término "alma".
La esencia de la visión védica es que la creación y la evolución del universo es simplemente la manifestación de la Conciencia Cósmica Absoluta (Brahman). Como Brahman es infinito, eterno, inmutable, indeterminado y sin atributos, no puede ser una causa del universo. Si Brahman mismo cambiara, dejaría de ser Brahman, puesto que es inmutable. Por tanto, para explicar la aparición del universo el Vedanta Advaita postula un "Brahman cambiante" ―una personalidad suprema llamada Ishvara― que combina entre sí las naturalezas del ser y del devenir. Él es el principio mediador entre Brahman y el universo: uno con Brahman y sin embargo relacionado con el universo material.
Los Vedas declaran así que Brahman, sobre el que todo descansa, se convierte en Ishvara, de quien procede el origen, la sustancia y la diversidad del universo. Por las cualidades especiales de su naturaleza y sus grandes poderes, Ishvara "se transforma" en el universo. El universo se origina en (y retorna a) Ishvara. Sankara, el gran exponente del Vedanta Advaita, argumenta a favor de la realidad de Ishvara sobre la base de que el universo no es inanimado, sino que está vivo y animado desde dentro. Por tanto, hay una inteligencia en toda materia, y es este poder inteligente ―Ishvara― el que produce el diseño y la organización que vemos en la Naturaleza. Esta actividad y conciencia pertenecen a la causa del universo: Ishvara.
Según Sankara, la conciencia y la vida de Ishvara late en todas las partes del universo, unificándolo todo, conteniéndolo todo. Ishvara y el universo ―la causa y el efecto― son idénticos. No son idénticos como formas o modificaciones, sino en su naturaleza fundamental de Brahman. Ishvara y el universo son expresiones, en el plano del espacio y del tiempo, de lo que ya existe potencialmente en Brahman; tanto Ishvara como el mundo de la experiencia son Brahman, puestos en los moldes de la lógica y la percepción sensorial.
Los descubrimientos más fundamentales de la física moderna han llevado la visión científica muy cerca de la de los Vedas. El formulador de la teoría bootstrap, que encarna la filosofía científica más avanzada, ha admitido que esta teoría tiene que integrar la conciencia como una propiedad de la naturaleza para asegurar la consistencia de la totalidad. Los Vedas declaran que Brahman, o la única Realidad, tiene la naturaleza de la Pura Conciencia. Así, las visiones científica y mística del universo convergen, y esto queda bien expresado en la cita siguiente:
El universo se parece más a un gran pensamiento ―como siempre han postulado los Vedas― que a una gran máquina, como ha creído la física clásica durante tanto tiempo 39.
Ramana Maharshi, como exponente del Vedanta Advaita al más alto nivel, resaltaba constantemente que la Realidad ―a la que él llamaba el Ser― era pura Seidad-Conciencia, infinita y eterna. Esto se refleja en las citas siguientes:
Sólo existe el Ser. La Pura Conciencia y el Ser son lo mismo. Siendo infinito y no-dual, no puede haber distinción entre perceptor y percibido, por tanto, no puede haber nada que haya de ser percibido, puesto que no es posible la relación sujeto-objeto. El mundo aparece ante el individuo por su conciencia individualizada, pero esta conciencia es la misma que la Pura Conciencia del Ser. Lo que aparece también es el Ser, puesto que no hay nada aparte del Ser. (Charla Nº 420.)
Sólo la Suprema Conciencia Perfecta e Infinita es. De ella surge la conciencia individual finita, por limitación (ilusoria). (Charla Nº 68.)
El Ser-Concíencia siempre está ahí, eterno y puro. La conciencia emergente (ego "yo") surge y se va, y por tanto es transitoria. Siguiendo su emerger, aparece el mundo. Cuando se va, el mundo desaparece. (Charla Nº 53.)
La Conciencia Cósmica ―la luz de la conciencia― es proyectada desde el Ser (Brahman), que es Conciencia Absoluta. Tal como todas las imágenes proyectadas sobre una pantalla son visibles por la luz en la que son proyectadas, así también todos los objetos y cuerpos que forman el universo (percibido) son visibles en la luz de la conciencia cósmica. (Charla Nº 177.)
La conciencia corporal surge de la conciencia "yo" (el sentido de ser individual), que a su vez surge de la (Pura) Conciencia, Pero, en realidad, sólo existe esta Pura Conciencia. Todo lo demás está superpuesto. (Charla Nº 340.)
Las imágenes vistas en un espejo son análogas al despliegue del cosmos sobre la Pura Conciencia. Tal como las imágenes en el espejo no pueden existir sin el segundo, el mundo tampoco puede tener existencia aparte de la Pura Conciencia. (Charla Nº 288.)
Nuestra existencia, que no podemos negar, es el Ser. El Ser es Pura Conciencia. Experimentar esto conscientemente, que siempre somos el Ser eternamente presente, es realización. (Charla Nº 625.)
La ciencia ha intentado desarrollarse a nivel puramente físico, mientras que el misticismo se ha desarrollado en términos de la realidad subyacente de una Conciencia Cósmica. El Vedanta ve la evolución de los seres vivientes como una progresión desde las formas inferiores de conciencia hacia las superiores. Las formas inferiores tienen una conciencia durmiente. Éstas dan lugar a formas con mayor alerta y dinamismo, y finalmente a formas donde la conciencia está altamente desarrollada, manifestándose como un sentido de humanidad y como capacidad intelectual. Según este esquema, la evolución tiene un objetivo: que la conciencia evolucione desde su estado próximo al sueño hasta alcanzar su fuente y plenitud: la Conciencia Cósmica. La Conciencia Cósmica misma ha estado guiando el curso de esta evolución desde el principio.
Así, según el Vedanta, la Voluntad Cósmica de Brahman es el punto de partida de la creación, y conlleva la totalidad del plan de la creación. Todas las manifestaciones de la energía, la materia y las formas vivientes sólo son el despliegue de ese diseño cósmico.